Cuando uno emprende un viaje de cualquier tipo lleva siempre consigo una maleta invisible llena de incertidumbre, y por casualidades de la vida aquello que estaba aguardando tu llegada es lo que tú has deseado hace tiempo de manera inconsciente.
Muchas experiencias y aprendizajes quedan de una travesía, y mientras dura, los momentos de felicidad crecen considerablemente. Un viaje te da la oportunidad de vislumbrar el mundo desde otra perspectiva, te permite comprender que la simpleza también está inscrita en las categorías que le dan sentido a la existencia.
Hace unos pocos días ha llegado a mí el más bello recuerdo y no por ello ha de ser complejo; la vida sólo necesitó la sencillez de una pulsera para dejar en mí una huella intachable. El recuerdo más intenso que me ha quedado se materializó en un delicado tejido en forma de pulsera.
Este hermoso adorno me recuerda la paralizante mirada de sus profundos ojos oscuros. Me lleva de nuevo junto a sus dos labios gruesos que adornan una sonrisa tan densa como la marejada.
Me envuelve de nuevo en su largo, negro y brillante cabello cuyo penetrante aroma se refugió en mi memoria para no irse más. Esta pulsera me sumerge en la perfección de los pequeños hoyuelos posados en sus mejillas, y en donde me puedo perder totalmente en la pulcritud de su rostro.
De todo esto no sólo me quedan recuerdos intangibles, sino que por fortuna, también tengo la dicha de contar con un recuerdo material, una pulsera que transmite las sensaciones de los mejores momentos a mi piel.