Alejandro Tapia

Poeta caminando de noche.

Poeta caminando de noche.

 

Mi aliento es caliente, la garganta está ulcerada, mi estómago se quema.

Puedo sentir el olor del aire y lo eructo color carbón y verde náuseas.

Porque mis pulmones están ya saturados de flemas de marihuana y alquitrán.

El hígado dolorido punza y me recuerda que el tormento me acompaña sea donde sea.

Camino de noche, maldito bajo el hechizo de la letra fea y la cabeza llena.

El síndrome del poeta con fractura en el corazón y la muñeca.

No importa si hay sol, no importa si las gotas flacas o gordas no dejan de caer en la ventana o sobre la cara alzada.

Rodeado de luz o sombras, la hermosura o la fealdad.

Sea fantasía o sea realidad, todo se mezcla en está roída tetera  que no me deja de zumbar y zumbar y que me llena las arterias de letras puntiagudas que rasgan mis venas para salir de mí.

Lo trágico, lo ácido que queda en el paladar tras vomitar aguas etílicas de depresión y desasosiego aún calentitas.

Es lo que se convierte en lo sublime, lo dulce,  cuando se vuelve  poesía.

Es por eso que el poeta no es más que una máquina de auto tortura que vive, o eso simula, en todo caso, éste no sabe ya si hay diferencia.