Morrigan17

Grisáceo

-¡Estás aquí!- dice ella mientras sus ojos se encuentran con los de él y en su rostro se marca una gran sonrisa.

La cama es algo pequeña y no se sabe si es de mañana o tarde, todo está gris. Él la observa y le es imposible no sonreír, algo de burlesco tienen esos dientes que se perfilan con unos labios que la tientan, despiertan de súbito el deseo de besarlos, como la sed del desierto en busca de una gota de agua, fuego incesante que si no se apaga conduce a una muerte lenta y dolorosa, porque los labios, lengua y garganta se cuartean al punto de escocer.

Ella, de inmediato, conociendo la sensación del deseo insatisfecho, lo abarca en un mar de caricias, y, a pesar de tantas noches en soledad, lamentando los instantes que no serían y guardando en un cofre de madera vieja, cerrado con la llave que abre el candado que él le dejó, las memorias de unos días de antaño en los cuales las manos de los dos se entrelazaban, no se atrevió a explorar, hurgar más allá, dejar escapar los ardientes dedos debajo de la manta que los cubría. Lo arrulló en tiernos y desesperados mimos, porque sabía con extremada certeza qué es la impotencia del amor.

-¿Por qué?.

-¿Estás preparada para deambular mi camino?

Cierra sus labios con los de ella, los aprieta tanto que de ellos la sangre se mezcla dejando caer un finísimo hilo, casi imperceptible, por la mejilla; se abalanza sobre él y ahoga mediocremente aquel año de esperas, lágrimas amargas y llantos refrescantes, da muerte al dolor o vida a la esperanza mientras su mente vertiginosamente le dice: te amo, ¿me amas?.

-Sí- y las estrellas del firmamento de su rostro alumbran las tinieblas que envuelven su alma y el candor plateado de la luna de su dentadura le bañan las llagas que los días inhóspitos le dejaron, -puedes venir cuando desees.

Alguien desde la altura de un cielo inalcanzable los observa y sabiendo de sobra lo latente de la lejanía, del espacio vacío o lleno de todo o nada, los dos le sienten; como si esa superioridad les prestase sus visiones o proyectara a través de su psique las imágenes del grisáceo paisaje, ellos, un par de almas enamoradas, conectadas por un lazo rojo y separados a su vez por uno negro, se ven. Y en el recorrido del drama otro humano desde la puerta de entrada a aquel lugar les observa, ella le reconoce e inmediatamente le dice: es él. Con todas las fuerzas de sus entrañas le intenta alejar, absolutamente nada debe interrumpir el encuentro y eso la hace pensar en el destino, que por ello debe entenderse el camino y los surcos que conducen a un único fin.

-Tengo miedo- su mente colisiona de frente con las palabras que se volcan unas tras otras, \"el temor de un ser primitivo frente a la muerte\". -Tengo miedo a morir.

¿Cuántas horas no han sido separados por la carne, los huesos, un ataúd, un hueco, ladrillos y cemento?, contadas son aquellas ocasiones en que él le dice que le espera, vuelve a ella sin rastros de melancolía o arrepentimiento, la envuelve entre el cuerpo mental que toma de los recuerdos de su amada, apacigua por breves minutos sus pesáres y siempre sin falta alguna le recuerda que puede ir.

Desde allá arriba baja la mirada y se ve sola, se ha ido, o, ¿se ha ido?; la incertidumbre es efímera y con un leve abatimiento ve cómo su cuerpo se levanta al oir una voz que anuncia las visitas, ella maldice a aquel humano que estropeó las bendiciones del sueño. Era cierto, ¡qué horas más grises!, sin embargo, no sentía frío. 

Mientras recorre el pasillo, inconscientemente le busca, posa su mirar aquí y allá y las paredes blancas ennegrecen su ánimo, -es la tía, algo fea sí está; al escuchar la petulancia de su sobrina (ella aún permanecía en el letargo y la confusión productos del encuentro) dio la espalda y balbuceó algo ininteligible. Pensando en que no importaba regresó a sus aposentos, con la esperanza, como la del mendigo cuando golpea sutilmente a una puerta para que un alma bondadosa (de esas de las que se enorgullece el cristianismo) le calme el hambre, de que el dios Morfeo la balancee por el viento y los umbrales del cielo o del infierno se abran ante él y éste pueda ir en busca de su eterna amada.

Abre los ojos y sabe que todo ha terminado, la tonalidad de grises se convirtió en el amarillo deprimente del medio día.