Yo aprendí a leer en el insomnio, cuando las horas destilan el peor de los aburrimientos.
Aprendí a leer entre la sala y la cocina, entre el incienso y los tes, aprendí a leer con angustia, con miedo, sin sueño.
Con ganas de que amanezca, con sudor en las manos, un libro entre decenas de remedios y oraciones, entre respiraciones y ovejas cronometradas.
Aprendí a leer aún con el cerebro en una caja y con arrepentimiento de las líneas que blasfemaban.
Yo aprendí a leer en el insomnio,digamos que me enseñó también a caminar y así fue como conocí a Dios, al cristo de Nietzsche, al cuervo y al gato y la mano que los creó, conocí las flores del mal, al hidalgo y al Principito, al Hombre de hojalata y a muchos otros que junto a mí la mañana esperaban.
Para cuando descubrí la poesía, el insomnio era otro miembro de mi cuerpo, como decir un brazo, un ojo, unas alas, en esas horas, tantas cosas perdieron valor y tantas otras me acorralaban, yo no dormí más ni mejor pero aprendí a morirme menos por todo, aprendí a leer entre líneas el sueño de la vida.