En la solitaria calle, la luna
sonríe tu ardor. Te desfaldo.
Ahogan los movimientos, la guitarra
enfebrecida y la silenciosa cal.
Da un vuelco mi corazón.
Es la arena quien cobija,
las estrellas las que miran.
Te busco los frondosos muslos
y tus labios rezuman sabor
a espuma. Invitación a pasar
al jardín de las Hespérides.
Abro los ojos.
En mi alfombra favorita, jugamos
los tres sin vernos. Rosa me
pincha el vientre. Azucena lame mi pelo.
Me voy.
Por los pasillos te encuentro. ¿Qué quieres?
se me hace día la noche.
Me fundo en el crisol. Me vuelvo
camisa de serpiente nueva.
Duermo.
Papel adhesivo la epidermis
vuelve a su cauce el río azul.
Tras las cortinas, entreacto:
crujir de labios y brazos
que desesperados buscan amparo,
picos y volcanes, sinfonías inacabadas
galope de caballo blanco.
Y el reloj de arena no consume
más que unos granos.
Crucifico los dedos. Por segundos,
el resto de mi ser calla y esconde
en una sábana su rostro de plebe.