En lo mejor de mis álgidos recuerdos,
en algún lugar de mi vida pasajera;
existe un jardín de alicientes flores:
Que destilan aromas que embelesan
y un bálsamo impregnado en amores.
En ese exótico vergel de delicias marcadas,
fui presa del aroma y del cáliz de tus pétalos.
Tierna flor de mirada insipiente seductora,
de sonrisa simulada y de ternura elocuente.
Presaste mi vida a recordarte a cada hora.
Cautivo de tus ojos, de tu voz y tu mirar,
De tu frágil cabellera ensortijada.
Tiernos labios rojos que disipan al hablar:
La dulzura de tu ser y la belleza de tu alma delicada.
Forjaron en mi pobre ser: el deseo eterno de amar.
“Niña” aún!, Mi alma quedo cautiva,
desfallece en argumentos, de verte y no tenerte
amándote en silencio y tenerte en mis recuerdos.
Disfrutar de tu sonrisa, tu mirada envolvente,
Juguetear con tu cabello y contemplar tu rostro ausente.
Lo dulce de tu mirar, tu sonrisa sin igual,
en mis recuerdos impregnados están
persiguiéndome en el tiempo como dulce mal;
decido esperarte, con ansioso afán
y mirarte feliz, cautivo hasta el final.
Te quedaste en mis recuerdos con tu figura encarnada,
tus lápices y cuadernos de una inocente colegiala
y los miles de atributos que dan: encanto a tu nombre
que yo llevó imborrables y mi alma los inhala,
escritas en mis versos y en mis cantos sin nombre.
Blanca flor primaveral de capullo no casual,
con pétalos de suave aroma de trigueña piel.
Embriágame con el néctar de tu nombre sensual;
Enciérrame con el cáliz de tu miel,
Para poder en tu oído cantar:
¡Blanca de color trigueña!, una flor tan especial.
Talvez mi delirio el tiempo lo opaque,
mis recuerdos al fin un epitafio lo apague,
tu sonrisa, tu mirar y tu bello ser:
Vivirá eterno en los versos del recuerdo.
Blanca, de color trigueña un recuerdo inmortal.