L.F.
La noche cambio con sus sabanas oscuras,
el cielo de mi mirada, las estrellas locas y alborotadas
anunciaban tu llegada, la Luna temerosa de tu presencia,
dejo que lucieras el brillo de tu existencia.
La comedia nunca cesó, los guerreros poco a
poco cayeron en el vicio del sueño,
la noche jugo conmigo, como si en el mañana
no hubiera destino, y paso a paso
la vida te trajo a mi camino.
Fuimos testigos de lo que dictaba nuestro
destino, rodeados de guerreros ahora
caídos por el vicio del vino, tu insistencia
despertaba mis inocentes miradas, donde los
parpados se oponían hasta verte desistir.
La noche nunca nos arrullaba y en el
peor de los casos en guerra nos presentaba,
fui testigo de lo que las estrellas en el cielo
habían escrito, para que formáramos
de esta noche un mito.
El tiempo siempre constante, la noche siempre
oscura, las estrellas siempre pulsantes, la Luna
escondida en lo errante, Tú presencia siempre
brillante, tú sonrisa nunca arrogante.
Y Yo pensaba
en lo que ocurriría cada instante.
Las telas te abrumaron, como el abrazo entre
la Luna y la Tierra, las nubes nunca
faltaron para arrullar al son tú cabeza, mis
manos nunca te abandonaron, porque las
estrellas así me lo dictaron.
La noche nos tiño la risa, en los movimientos
de aquel troglodita, los pájaros mecánicos escupieron
en las altas laderas del cielo su insaciable fuego,
mientras que el Sol poco a poco llegaba
sin entrada a nuestra madrugada.
Las estrellas se fueron, y con ellas voló
el negro cielo, mientras que tú y yo
caímos como dos vampiros alérgicos al
Sol, en un profundo instante, donde
el tiempo dejaba de ser constante.
Acurrucados los dos en medio de la sonrisa
de la Luna, pactamos ya cómodos
y cansados el ligero descanso,
tú a mi lado y yo cada vez más alejado,
y sin fijarnos ambos,
caímos en un sueño sin fin.
En mi sueño nunca encontré el fin, a las
estrellas agoreras, a la Luna siempre bella,
al candente Sol, al tiempo constante, a nuestros
amigos guerreros, a la bella mañana, a la brillante
noche.
Sino que me encontré sumergido en tú nada.
Hoy al caer de nuevo a la realidad, solo recuerdo
que vivimos sin madrugar, mientras mis parpados te
colocaban en un altar, donde la nada ahora es recordar.
Recordar y pensar, que sólo tú eras
la estrella que me dictaba como actuar.