Aparecí sobre una duna dorada, era una alfombra ardiente por la que iba resbalando despacio, intenté abrir la boca dos, tres veces y mi lengua no se separaba del paladar, mis labios no se despegaban uno del otro, no tenía saliva, solo un dolor terrible en la garganta, intenté varias veces mientras sentía como caía suavemente con la arena caliente, hasta que en un último intento mis labios se abrieron y sonaron como una cáscara de huevo al romperse, cálidamente la sangre salía de entre las grietas de mis labios, cuando por fin pude abrir la boca estaba repleta de sangre espesa, intentaba tomar aire pero esa mezcla entre la escasa saliva y la sangre iba por mi garganta y mis fosas nasales, el olor a hierro impregnaba mi cabeza y podía sentir como salía por la nariz y la boca, ese olor le dijo a mi cerebro que aún estaba viva.
Caí durante unos minutos más, pero mi necesidad de tomar aire no me dejaba tener noción de cuánto iba bajando, o por cuánto tiempo aquella duna se iba desplomando conmigo adentro, de repente comencé una vuelta interminable y la arena se mezcló con la sangre, entró en la boca podía sentir la arena en la lengua y cuando ese amasijo estaba a punto de ahogarme, una luz ardiente y fuerte dio contra mis párpados como dos cuchillos de fuego, no pude abrirlos al contrario los apuñaba para protegerlos, en vano porque la luz daba implacable sobre mi cara, fue cuando me di cuenta que había dejado de caer, entonces sólo tuve fuerza para media vuelta más y esquivar el sol, entreabrí el ojo derecho y aunque seguía con la boca y las fosas nasales repletas de sangre y arena, sentí que respiraba, porque la luz tiene aveces la función del aire.
No sé cuánto tiempo pasó, creo que perdí la conciencia, cuando juré que había muerto me sorprendí pensando de nuevo y supe que aún seguía con vida, no podía moverme, el frío tenía entumecidos todos mis miembros y podía ver un hilo casi imperceptible de aire entrando por mi nariz, supuse que eso me había mantenido con vida, cuando intenté quitar la mano de mi cara, me pregunté cómo había llegado hasta ahí, si yo misma no podía mover nada de mi cuerpo, entonces supuse nuevamente que en realidad no estuve inconsciente sino dormida y en un intento por esquivar el sol mi instinto, mayor a mis fuerzas, colocó mis manos sobre la cara.
Seguía respirando por intervalos, apenas para no morir, pude saber que era de noche y que la duna gigantesca había desaparecido, estaba a la intemperie y el viento comenzó a azotar, los remolinos de arena me envolvían, sentía como estaba dentro de ellos y el frío me taladraba el cerebro, la cabeza era un globo a punto de estallar, cuando de repente algo me sujetó por la espalda y comenzó a halarme, abrí mis ojos y la arena los inundó, quería gritar del dolor pero mi boca no se movió, sentí la presión en mi garganta implorando por un poco de saliva, pero mis glándulas probablemente se habían secado.
Se detuvo, ya no tiraban de mí, dejé de sentir el viento y las ráfagas de arena, mi cabeza dio contra algo duro y mis manos se desplomaron, cuando de pronto sentí una respiración acuosa en mi cara, y una lengua tibia y húmeda comenzó a lamerme la boca y a sacar de ella la sangre y la arena casi compactas, luego lamió mi nariz, y sentí como empezaba a respirar, el instinto me hacia intentar abrir los ojos pero no podía, entonces quise que aquella lengua limpiara mis ojos, pero no lo hizo.
Comenzó a arderme la cara, me palpé con las manos y estaba rota, despellejada, las llagas por el sol la habían dejado en carne viva, y la lengua seguía limpiándome como queriendo restaurarla, así paso el tiempo mientras intentaba abrir los ojos. Me di cuenta de que no estaba y que era de día nuevamente porque el calor comenzó otra vez, sentí que ya no soportaría, podía respirar pero no había comido ni bebido nada y apenas inhalaba y exhalaba por instinto de sobrevivencia, así pasaron las horas, y en los pocos momentos que corroboraba mi propio pensamiento como una muestra de que aún vivía, deseaba que no se hubiera ido, no quería morir sola.
El frío me despertó nuevamente, pensé que si la criatura hubiese dejado la sangre en mi boca, ya hubiese muerto y no tendría esa agonía, cuando de pronto algo frío entró en mi boca y tuve el reflejo (si me dejan llamarlo así) de vomitar, pero en ese mismo momento supongo que por la nausea mi boca comenzó a producir saliva y casi ahogándome lo tragué, nuevamente otro trozo cayó en mi boca y supe que eran trozos de carne cruda, olía a eso, los comencé a masticar y a tragar, de pronto ya no era carne sino un trozo baboso, húmedo que mastiqué suavemente y me generó una gran cantidad de líquido, cuando el trozo estuvo escurrido, lo sacó de mi boca y colocó otro, entonces comencé a imaginar que aquello era una persona, que no estaba con ninguna otra especie sino una persona.
Por alguna extraña razón no podía hablar ni abrir mis ojos, sospeché que había perdido el habla y que mis ojos se habían secado, la rutina alimenticia duró algunos días, lo sabía por los ciclos, nunca comíamos de día y se iba cuando el sol comenzaba a calentar.
Para uno de esos días mis fuerzas habían vuelto y aunque aún me costaba trabajo moverme podía pensar con mayor lucidez, y fue así como me di cuenta de que estaba equivocada, en el día no se iba, no me dejaba sola, sino que dormía, podía escuchar su respiración, cada exhalación estaba sincronizada con la mía, supe que esos trozos babosos eran tallos de alguna planta que lograba hidratarnos y no sé cual carne comíamos pero nos mantenía con vida, era al caer la noche que salía para no gastar energía por el calor asolador que nos amenazaba.
Uno de esos días, en la noche pude abrir los ojos y aunque no podía ver, poco a poco se habituaron al medio, había suficiente luz, lo podía sentir más que ver y cuando por fin logré divisar algo, estaba ahí frente a mí, iba a acercarse cuando se percató de que la estaba viendo, sus ojos fosforescentes por la luz se quedaron fijos en los míos, traía un trozo de carne en el hocico, era una loba enorme que no quitaba su cara de la mía y daba la impresión de que saltaría sobre mí, cuando avanzó yo retrocedí y me arrastré hasta dar con la roca sin quitarle la vista, yo le temía, ella en cambio sabía que me mantenía con vida, se acercó y se echó a mi lado, devoraba el animalillo y dejó un trozo en el suelo para mí, lo tomé y comencé a comer, miré a mi alrededor todo era una desolación recalcitrante y me angustié, si salíamos de las rocas moriríamos, si nos quedábamos allí moriríamos. Empecé a llorar y la loba puso su cabeza sobre mi pierna y comenzó a aullar, poco a poco el aullido fue mermando hasta quedarse callada y aquel silencio me caía encima como la enorme duna que me llevó hasta ella, la moví, la llamé, le grité, ¡no se movió!, la sacudí frenéticamente implorando que aullara, no se movía, la golpeaba con fuerza, una y otra vez, hasta que abrí los ojos de golpe y la libélula de cobre colgando del techo, me dijo que estaba en mi cuarto, tenía la garganta seca, bajé por agua, ya había amanecido, miré a mi alrededor y sentí el desierto que es la vida, aquella desolación, aquel silencio comenzó a arder de nuevo... entonces me acordé de ella y miré escéptica a mi alrededor nuevamente, ¡no estaba! tuve miedo de vivir y de morir simultáneamente fue cuando me di cuenta de que la vida y la muerte son la misma cosa!!!