Caigo, abajo
abajo,
lentamente,
hasta enterrarme
en las seniles
raíces
de un cedro azul.
Sórdidas letanías,
de la meláncolica y ultrajada
plegaria del Tiempo,
me arrullan,
mientras, escucho
la serenata consecuente
de los Dioses olvidados.
Y escucho tu voz
entre pálidos azahares,
y en la Primavera subterránea
que siento
como helado Invierno.
Amanece,
y el fervor de Muerte,
intolerable,
es un río turbulento,
que desemboca
ríspido en mi alma solitaria…
Mientras gira el Planeta
rutinario
y expectante,
sin desertores viejos,
(magia del Miedo que no se disipa
nunca)
Embelesado
se encuentra el Orbe,
por el hallazgo pimero
de un nuevo,
incipiente
e inaugurado Amor.
(que me es ajeno,
que desconozco).