Atada a prejuicios
encadenada a la miseria
de estar sin ser,
mirando fijamente
al filo que me atraviesa
por aquella ventana ilesa.
Mis pies andan buscando la verdad
tropezando cada día
con la incertidumbre de tu piel,
siendo cada madrugada cómplice
de tu más pura demencia.
Hay una luz extenuante
que pide a gritos ciudad,
ciudad de olas torrenciales
de almas desangrándose
por un poco de piedad.
Arena inmóvil, faros estáticos
melancolías artificiales
que rodean la oscuridad
apuntando con sus navajas
la magnífica libertad.
Sonidos de tiempos,
relojes perdidos,
tiempos incompletos,
vidas insaciables.
Sueños, sueño y no paro de soñar
con el suspirar tranquilidad
en medio de tanto caos.
Inhalando ausencias
fumando recuerdos
respirando heridas
saboreando el dolor
disfrutando de tu pasión.
Las ponencias senténciales de tu muerte
deambulan por tu mente
dando pasos de azar
anunciando su llegar
sobre las agujas del tiempo
que marcan su caducar.
Ni en el cielo, ni en la tierra
te escucharán,
es en lo más allá donde
se alza tu cantar.
Cantar sobre miedos liberados
preguntar respuestas a los
prejuicios mercenarios
condenar la esencia perdida en los lirios.
Te quedas ahí, sigues ahí
deshabitada de ti
extraviada entre colores
buscando tus matices
persuadiendo crudamente
tus cicatrices.
Sigues aquí,
inquieta, estática,
taciturna, apabullada,
trémula, aterrada
caminante de esmeralda.
Sigues allí,
atada a prejuicios
condenada a cadenas
en tus cielos infernales
con el fin de quedarte,
atada a la cadena mortal
de ser sin estar.