Como todo corsario respetable
este noble pirata caballero
impuso en los sitios más disímiles
su ley, su pasión y su bandera.
Probó fortuna en aguas del Caribe
saqueando los puertos granadinos
y otros tantos de Centro y Suramérica.
Atacó a los portugueses que viajaban
con destino a las Indias Orientales,
y venció a los ibéricos cayendo
sobre Cádiz por sorpresa.
Su Golden Hind,
con veintisiete metros de eslora
y seis de manga,
era una embarcación de buen calado
que podía desplazar cien toneladas
y ochenta tripulantes ampliamente.
Sus dieciocho cañones la guardaban
de posibles asechanzas enemigas;
desde cofa los vigías,
entrenados en ballesta y en mosquete,
oteaban dispuestos al combate.
Grandes masas de oro, reunidas,
consecuencia de múltiples pillajes
efectuados contra barcos españoles,
fueron fruto final de las batallas
que libró para gloria de Inglaterra.
No contento con tales desafueros,
según la relación de sus asaltos,
fue asimismo a través de su existencia
un curtido y sagaz explorador.
Murió finalmente en Portobelo
(amargado en verdad por la derrota
que le dieran las tropas españolas)
de una simple y vulgar disentería.