Desde lo alto de la montaña,
allá donde brota el más diminuto manantial
pasando por arroyos y veneros
guarecida sierra adentro,
está la memoria de nuestros cuerpos.
Entre piedras, bosques y montañas,
más allá de cerros y cantiles,
apareciste mujer
de belleza incontrastable,
de belleza callada,
y mirada indescriptible.
Ya cerca del valle,
anduve contigo,
y pude ver como se perdían tus huellas
en la arena,
como una mujer invisible.
Y contemplamos puentes,
vados y acueductos,
y al haber extraviado nuestros pasos,
dijiste “aquí”, y me sentí tuyo.
A unos pasos de la arena,
escuchamos el sonido de los peces
en las aguas,
mientras cambiaban nuestras temperaturas,
justo cuando estaba perdido
en el color de tus ojos grandes,
redondos, aceitunas
¡Mujer de ojos misteriosos,
te hice mía!,
con el torso descubierto,
cuando las yemas de mis dedos
tocaron tu cuerpo,
sujetando tu cabello,
lacio, negro, suelto,
despojando nuestras prendas de colores,
dejándolas caer,
sobre las piedras y las flores.
¡Y mira!,
sobrevoló tu cuerpo en la superficie
que se mecía como vaivén
de corrientes subterráneas,
mientras escuchaba el sonido de tus palabras,
agotadas, como las aves de variados cantos,
junto a los aromas de las flores,
y sí, los lirios, los framboyanes y las azucenas
fueron testigos, de la desnudez
de tu belleza.
Encajado abajo en tu carne,
nos volvimos corriente
que podía volverse desbordable.
Y pude sentir en tu cuerpo
un mar adentro,
puerto, costa,
húmeda, mía, mía,
temblorosa.
Tus gestos,
eran como estar al pie de la bocana el río
cualquier día de estos,
campantes de hacer lo que hicimos
como en la juventud de nuestros años,
saboreando las marcas del tiempo
que probé con mis labios,
en tu vientre, abajo, lento.
Y regué corrientes dentro de ti,
porque un hombre joven nacía dentro de mí,
a la frescura del sol,
cuando tu risa enloqueció
con tus piernas en inundación,
con tus latidos en exaltación,
y tu cadera toda, enchinada,
se derramó.
Hay hundimientos,
estruendos y murmullos,
que emite y provoca la corriente,
y el volumen de tus gemidos en mi oído
los convirtió tan solo en deslaves silenciosos,
y tu susurro me lo dijo,
cuando la lluvia enriqueció el momento:
“Me has hecho toda tuya, dentro”.
Y entonces un río salía de mi cuerpo,
que dejé viajar por tus senos
como entre cerros y montañas
con tu mirada hacia mí,
como una escalera al cielo,
y lo dije:
“He sido tuyo, todo, pleno.”
En ese breve instante,
fuimos parte del paisaje,
te abrace en silencio,
y bese la comisura de tus labios,
comprendí que estar entre tus piernas,
sería el manantial, que resurge mar adentro,
hasta siempre,
mi viento, mi mar, mi cielo,
y un templo.
Dejando un paisaje goloso
con tus gemidos aferrados a mis tímpanos,
y tu cuerpo como una fruta,
un maná, una vianda
con gusto a paraíso eterno.
Te volveré a tener,
y entre nuestros cuerpos,
se creará otro nuevo universo,
un mar, un beso, un encuentro,
lo sé…
volverás a ser nuevamente mía
como la primera vez.