Verdinegras montañas coronadas de espuma
llegaban del noroeste
castigando con violencia el costado del carguero
(son borrascas muy frecuentes en invierno
frente a costas canadienses).
En bodega, boggies de locomotora
se estrellaban contra el vientre
maltratado del gigante.
Ráfagas de nieve se oponían
a todo intento de auxilio desde el aire.
Los curtidos tripulantes presintieron
el posible abandono de la nave,
pero en tales circunstancias no era dado
el uso de los botes salvavidas.
Felizmente, un remolque que cruzaba
desafiando los fuertes ventarrones
por aquellos parajes solitarios,
disparó sus cabos hacia El Rumba,
hasta ser atrapados por las manos
de los rudos marineros.
Las dos embarcaciones, reunidas,
se lanzaron a través de las tinieblas,
con sus proas hacia puerto.
Al llegar con el alba el nuevo día
náufrago y remolque continuaban
cabalgando seguros el océano,
pero muchos de los boggies en cubierta,
tras aquel apocalipsis tenebroso,
ya no estaban como antes en sus puestos.