Adolfo Rodríguez

Solitón

Como dos enormes olas,

que un buen día

cruzaron sus encontrados caminos

en el epicentro de un gran cataclismo,

así cruzaron nuestras vidas entre sí;

no hubo colisión, no hubo batalla,

ninguno fue vencido, ninguno vencedor,

no hubo daño físico aparente,

seguimos completos, cada cual, a su destino,

cada uno buscando la playa o el acantilado

contra el cual romper.

 

Pasaste a través de mí

sin sufrir heridas, sin causarme daño,

yo pasé por ti sin cambiar de nombre

y sin poder cambiar tu dirección,

pero en ese instante extraordinario

cuando fuimos uno solo,

en el tiempo y el espacio,

cuando fuimos las mitades

del alma de un mismo sueño;

nuestro contenido que se entremezcló,

ese sí que se modificó,

se fue conmigo un poco de tu sal

y a la costa donde arribes

llevarás un poco de mis sueños,

coronándote la cresta siempre irá

un poco de mi espuma, blanca y pura;

como esperma fértil,

la semilla del recuerdo

que algún día germinará,

para cubrirte y protegerte de otras tormentas.

 

Yo me llevo el roce de tu piel

y de tu pelo y algunos de tus besos,

girando en mis memorias y mis versos,

me servirán de santo y seña

para reconocerte entre otras olas,

cuando la resaca, irremediablemente

me traiga de regreso.