Como dos enormes olas,
que un buen día
cruzaron sus encontrados caminos
en el epicentro de un gran cataclismo,
así cruzaron nuestras vidas entre sí;
no hubo colisión, no hubo batalla,
ninguno fue vencido, ninguno vencedor,
no hubo daño físico aparente,
seguimos completos, cada cual, a su destino,
cada uno buscando la playa o el acantilado
contra el cual romper.
Pasaste a través de mí
sin sufrir heridas, sin causarme daño,
yo pasé por ti sin cambiar de nombre
y sin poder cambiar tu dirección,
pero en ese instante extraordinario
cuando fuimos uno solo,
en el tiempo y el espacio,
cuando fuimos las mitades
del alma de un mismo sueño;
nuestro contenido que se entremezcló,
ese sí que se modificó,
se fue conmigo un poco de tu sal
y a la costa donde arribes
llevarás un poco de mis sueños,
coronándote la cresta siempre irá
un poco de mi espuma, blanca y pura;
como esperma fértil,
la semilla del recuerdo
que algún día germinará,
para cubrirte y protegerte de otras tormentas.
Yo me llevo el roce de tu piel
y de tu pelo y algunos de tus besos,
girando en mis memorias y mis versos,
me servirán de santo y seña
para reconocerte entre otras olas,
cuando la resaca, irremediablemente
me traiga de regreso.