Cada vez que protesto por lo poco que avanzo
no estoy incrementando mi rapidez al andar,
más bien me voy frenando:
que no sirve de nada quejarse o lamentar
la injusta terquedad de un engranaje extraño.
Cada reproche, un ladrillo cimentando la muralla,
cada crítica, una estaca en la sorda empalizada
que enmudece la verdad,
un nudo en la alambrada de hambre amordazada,
una bisagra en la valla.
¿Mejor he de callar?
Cuando alzo la voz ya me temo que estoy agravando mi estado.
Cada crítica que lanzo contra el pérfido sistema
que no atiende a la razón de quien no se siente esclavo,
no va a ser piedra de toque sino roca en mi tejado.