Conforme arrecia impetuoso el frío
sobre los tejados de las casas
más se enervan, languidecientes,
los luceros esculpidos allí donde
solo mi fe, crédula e insistente, asoma.
Quisiera preguntarte lo que en otras ocasiones
y mirar cómo crece el rubor en los jardines
o escuchar la nieve tropezando lentamente
en cada piedra que, gimiendo, no llora.
El reflejo de mi voz sobre la espada
escribe heridas que recitan versos rotos
erguidos firmemente en el alma.
Y por las calles solo hay muerte, muerte
y una reyerta que no me arranca el amor
ni la memoria.
Contemplo la figura que sostengo
acunada en el deseo y la amargura.
Arrecian como arrecia el frío
mientras recuerdo el cristal tan tenue
de tus ojos humedecidos por la luna.
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