Alberto Escobar

Ausencia de un vagabundo

 

Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas
a los que me mesaban la barba; no escondí
mi rostro de injurias y esputos.
Isaías 50:6.

 

 

 

 

 

 

 

Yo:

Dónde estás Jesús, ¿has muerto?

Días hace que paso sin verte por tu
blanco banco del parque.
Tu ausencia sin aviso me hincha de preguntas.

Jesús:

Estoy en un tibio asilo que me solazará
durante esta campaña electoral.

Dios ha venido a asistirme después de tanto
ser cántaro de incesantes lluvias, de ser arena
de abrasantes soles, bajo la férula de la
inexorable atmósfera que se cierne sobre este
duro jergón.

Yo:

Mis ojos no cesan de clamarte, anhelan certezas
sobre tu paradero, eres espejo de la miseria que
anida en el abismo de sus pupilas, eres ejemplo
de la pétrea resistencia de unos muros de cartón
a las ensordecedoras trompetas de Jericó, que
truenan al son del claxón incesante.

Me congratulo hasta la sonrisa de saberte ajeno
a mis oscuros presentimientos, tu impoluto banco
de hoy revistió mi alma de la máxima fatalidad.

Jesús:

No temas, alegraté hasta la saciedad del signo de
mi sino. Es de esperar que una vez amainen los vientos
de la política, que raudos degenerarán en borrasca,
volveré al banco cual Sísifo que sostiene el peso de
la veleidosa atmósfera sobre sus hombros, hasta que la
curvatura de mis rodillas presagien el cataclismo final.

Seguirás nutriéndome con tu fugaz saludo cotidiano, que
me hace olvidar por momentos mi abyección, al decir de
la mirada ambiente.

Yo:

No más deseo eso Jesús. Pronto renacerá mi saludo, que
espera paciente tu regreso.