Uno en la vida siempre desea para sí, lo mejor.
Todo depende de lo que ésta ofrezca.
Lo que fuere, tengo que aceptar.
Lo bueno, lo regular, lo peor.
La vida me ha enseñado estos reglamentos de supervivencia.
Esta aceptación.
Y ésta es lo que hace que mi existencia sea mejor...
que antes de expresar estos sentimientos,
reales y auténticos.
Los años pasan tan velozmente, que sin darnos cuenta
tenemos muchas décadas en nuestro ser.
Es increíble cómo pasan...
Llegan. Y doy gracias a Dios por ellos...
los años... Cierro mis ojos...
y vienen a mi memoria momentos... pasados...
Niñez feliz. Familia unida.
Pobres, pero con padres que me enseñaron
parte de la maravilla de existir.
De aceptar.
De donde y como vengo... aceptar.
Te conocí. Hace ya muchas décadas.
He vivido mi vida, y a pesar
de inmensos infortunios,
he sido feliz.
Dios, siempre me acompaña
en todo momento de mi existir.
Te vi. Te conocí, y te amé.
Nunca había creído en el amor
a primera vista.
Pero así sucedió.
Supongo que los que iban en el auto contigo,
eran tus padres.
Mis ojos enfocaron hacia los tuyos, y me enamoré.
Así de simple.
Y una vez más, el destino me privó de esto...
que pudo haber sido una realidad...
que así no fue.
Fueron solo unos segundos,
y el coche partió...
Sin haber vuelto a ver.
En todo momento que en la calle me he encontrado,
tenía la ilusión de verlo nuevamente,
o de encontrarme con tus ojos y toda tú...
Pero no sucedió.
Algo más que he tenido en mi vida
que aceptar con resignación.
Derechos de autor
Hugo Emilio Ocanto
23/11/2018