Es una noche calmada,
el viento corre sin prisa,
mueve con gracia las hojas
a través de la campiña.
La luna pinta de plata,
a las esbeltas espigas,
que se inclinan alabando
a la creación divina.
No faltan entre los surcos,
las bellas chispas rojizas,
que le dan color al campo,
y al sensible ojo conquistan,
son las rojas amapolas,
que emergen de las arcillas.
En el centro del terreno,
los meandros se divisan,
son el cause del riachuelo,
el que riega las encinas,
mudos testigos del tiempo,
y con nostalgia nos miran.
Al final del verde campo,
se levanta en la colina,
una singular cabaña,
por artesano construida,
guarda recuerdos antiguos,
de las vivencias dormidas,
de seres que abandonaron,
la ciudad y sus sofismas.
Hoy la cabaña está triste,
sola, ya nadie la habita,
tiene un historial ignoto,
que se convierte en enigma.
“La felicidad se alcanza,
con una vida sencilla,
libre del materialismo
pausada y contemplativa.”