Alejandro Tapia

Mediocre.

 

Mediocre.

 

 

Así te definiría el diccionario.

Así aprendió que debe ser llamado.

Se siente constantemente sofocado por la vida, que, simplemente se niega a ahorcarlo.

Aunque lo ha intentado a costa de su propia piel, no ha podido arrancarse la etiqueta de rechazado.

Entendió de a poco con el pasar de los años y la lenta sumisión del cuerpo marchitado, que fue amado algunas veces pero nunca  demasiado.

Asumió lo que sabía gracias a delgadísimos susurros, lo que se cansó de rechazar hasta que ya no pudo:

Su misión es buscar y buscar sin encontrar jamás.

Quiere tener esa habilidad de ser necesario, de ser solicitado, ser escuchado, incluido. Gracias al tacto, a una mirada perdida o una sonrisa limpia, de la vida quiere ser rescatado.  Más es mudo e invisible para un mundo tan avaro, tan frío y desajustado.

Buscando ternura ha caído a lo más bajo.

En la caída se quemó de frío la espalda y todas sus noches, se fracturo de por vida cada una de sus ilusiones.

Se le mancharon los ojos de suciedad, de lodo, de cristales rotos y de sangre.

El ardiente fango café-rojizo le cegó los ojos y le deformó para siempre la sonrisa…

Pobre mediocre, olvida; la verdad de su solitaria y triste suerte.

Tiene una pequeña bendición cual perla calcificada tu aborrecida maldición de no desear.

Antes de morir, podrás al menos terminar de endurecerte cual roca, y pasar -sólo tú- sin llanto ni sonrisa la vedada cornisa de cristal que termina justo donde yace nada.

Podrás al menos, despedirte de tu nombre, y dejar feliz tu carcaza.

 

Tampoco has pensado que si todos nosotros, somos, las hojas rojas que ha de llevarse el viento.

Vale la pena no ser de la tanda primera o última que se desprenda y muera siendo hojarasca.

Porque la primera vive nada o casi nada, la muerte más atroz es para los héroes, los ingenuos y los precoces, son las hojas que al morir apenas llegan a naranja.

Y a las últimas no le alcanzarán las lágrimas para las despedidas y el entonces omnipresente invierno, el fin del día, les carcomerá con frío los sesos y las tripas. Serán rojas, sí, pero lucirán más opacas, más cansadas que las otras.

Tú permanecerás aquí hasta que todos te olviden.

Tú te darás cuenta un día, que de a poco en sombra te convertiste.

Y como sombra sonreirás ligera y fácil.

Al viajar despojado del peso de las pretensiones que hunden al ser humano en lo más ruin  de la arena movediza que es la asquerosa avaricia.

O bien, librado del pesado equipaje de las pertenencias, que precipita a nuestros hermanos a la caída por esta angosta escalera en la que estamos todos hacinados.

Te liberas de las apariencias, rompes los espejos deformes en los que enclaustrados y jorobados por tantas reglas y deberes viven plásticos e infelices el resto de los hombres.

¿Lo ves mediocre? Sufres como muy pocos pero ya verás, por no desear o desear tan poco, por permanecer  en medio de ser y estar por nunca aparecer en el momento ideal.

Te vas desvaneciendo desde ya y para ti la muerte no será interrupción será apenas imperceptible disolución de la vida.

Vives cómodo en pequeños espacios, en esquinas te acomodas y recargas.

Sabiendo siempre que al final eso somos, apenas un fulgor azul de estrella moribunda, en una noche de desierto rojo. Somos poco, muy poco, apenas poco; para ser en tanto espacio y tan corto tiempo.