Verano Brisas

FRENTE A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

Las puertas de la ciudad

estaban abiertas y abandonadas.

Habíamos descendido hacía poco en la rada

que sirvió para fondear nuestras naves.

En ese momento apenas comenzaba el sueño.

 

Encontramos en sus alas glifos profundos

grabados por cinceles muy expertos,

que sugerían formas de expresión ideográfica

más próximas al mito que a la realidad.

 

Éramos mercenarios del Caribe

al servicio de su majestad Carlos I de España,

y recorríamos costas americanas

de puerto en puerto

en busca de tesoros para nuestro Soberano.

Más que mercenarios, parecíamos dioses

huyendo de un pasado al borde del olvido.

 

Las puertas y la ciudad

estaban tan cerca de las aguas

que las olas bañaban los umbrales.

Las mujeres se hallaban descansando

junto al arruinado escenario,

mientras los hombres ofrecían sacrificios

a imaginados gigantes.

 

En lo poco que quisieron explicarnos

dijeron que al establecerse en la región

habían encontrado destruida la misteriosa ciudad,

y desierta, al parecer, desde hacía mucho tiempo.

Agregaron que los Incas

los habían precedido uno o dos siglos.

 

Sobre el origen de las puertas

los indígenas apenas conocían

una rara y sibilina tradición:

Habían sido construidas en una sola noche,

después de un prolongado diluvio,

por un gigante desconocido

que nunca tomó en cuenta la antigua profecía

sobre la llegada del Sol.

 

Por tan grave falta, él y sus compañeros

fueron exterminados por el Rayo Vengador,

que no satisfecho con semejante deicidio,

arrasó igualmente los palacios,

las casas, los árboles, los muelles y los barcos,

hasta convertirlos en un montón de ceniza.

 

Terminada la trágica narración, los nativos

se retiraron en silencio, pausados,

para iniciar enseguida nuevos sacrificios

ante el altar de los gigantes invisibles.

 

Nosotros regresamos a la rada

con el presentimiento de la futura catástrofe,

abordamos los barcos y partimos

esperanzados en hallar otras regiones

más acogedoras y menos misteriosas,

con riqueza en abundancia para nuestro Rey.

 

Mientras nos alejábamos, los ojos asombrados

contemplaron las ruinas de la ciudad

tras sus enormes puertas abiertas y abandonadas.