El soldado ruso toca al piano un imprómptu
melancólico sus compañeros observan las manos que
cambiaron las teclas por el fusil, una luz difusa entra
por el hueco de una pared derribada, sobre una
mesa vemos un reloj parado cubierto por el polvo, en
el suelo hay viejas partituras rasgadas, pero se
ha producido un milagro, un jarrón de flores, que
sobrevivió a las armas y al invierno, las flores
de un ausente anfitrión que no pudo llevarse
el amado instrumento. Las ánimas de los
fusíles han callado, las almas de los soldados
se han conmovido con un adagio lento
y se ha hecho un paréntesis en el infierno.