El Sol se esconde tan temprano
en esta época del año,
y con él se van también alejando
mis escasas chispas de sonrisas,
los escombros dispersos
de empolvadas esperanzas.
Por ahí de las cinco de la tarde
sólo sobrevive en el cielo raso
una luz visible de rayo destellante.
En el marco de otro ocaso,
que se va apagando y extinguiendo,
mientras camino sobre el límite del viento.
Se oculta,
y con él me apago, y me extingo.
La luz se va ahora tan pronto,
con tal belleza y gracia,
que todo sin ella pareciese tonto,
sin sentido, sin brillo ni magia.
Incluyendo a aquella niña
creyéndose mujer;
la que arrastra sus pies,
y dirige sus ojos a un horizonte agonizante
que se oculta,
y que después de las cinco no puede ver.
Con él se disipa, se vuelve ajena,
se apaga y extingue.
Hasta que el Sol sale
al día siguiente.
Y la luz se vuelve a hacer,
junto con esa niña
creyéndose mujer...