La voz se ha vuelto de bronce.
Y la mirada de acero.
Los ojos de negras nubes,
a la claridad esconde.
Como oculta la mentira,
el origen que la encubre.
No se comprende el error.
Ni se entiende el desatino.
Si se flagela el dolor,
mientras está dolorido.
No se alimenta el rencor,
después de ser infligido.
Nada el necio en su inmundicia,
contento de la primicia,
que le da su necedad.
Vanagloriándose de ella,
henchido en su vanidad,
como un servil en su celda.
Y ajeno a la podredumbre,
de sus necios pensamientos.
Vive de oro revestido,
como de oro era el becerro.
Sumido en su verborrea,
que a los más necios confunde.
Sobre los hombros gatea,
de los distraídos hombres.
La voz se ha vuelto de bronce,
cuando antes era de plata.
Y el ánimo no arrebata,
cuando antes enardecía.
La voz se va tornando átona,
ausente de la empatía,
donde antes se exaltaba.
Plomizo se torna el ánimo.
Y grises son las miradas.
Patentes en la miseria,
que va ensuciando las almas.
Y en la negra encrucijada,
donde la lides se libran.
En el brillo del acero,
se refleja la codicia.
Brilla la voz interior,
que va apartando la niebla,
que rodea su dolor.
Y en un acto de valor,
la luz vence a las tinieblas.
A.L.
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