No sé si tú recuerdas
que yo vine de noche y hacía frío
y eran altas las nubes y noviembre muy viejo,
no sé si tú recuerdas que traía calcetines de huérfano
y arroz entre los ojos,
que te dije
no puedo traerte flores cada sábado
ni contarle a tu padre cómo brillan las luces de los aeropuertos.
Seguramente no, porque tú habías
sembrado el corazón de amaneceres y alcázares
y el amor era un juego reservado a las distancias celestes.
Hoy,
cuando todos sabemos que callarnos es la regla más práctica
para llegar a viejos
debo reconocer que no he leído la biblia del marxismo
con la misma fruición con que he cantado el prefacio de tus manos,
debo considerar qué habría sido de mí si tú le hubieras
hecho caso a tu horóscopo:
no estaríamos aquí, ni habríamos visto
cómo viene de noche alguna estrella con peluca de pájaro
a decir con nosotros en voz baja
unos versos de amor
y un padrenuestro.