Yo, Verano Brisas, poeta por vocación,
nacido en Salgar (Antioquia),
sin astilleros donde inspeccionar
la construcción de mis buques,
sin equipos técnicos ni amigos especializados
descendientes de antiguas familias de armadores,
sin quien se incline respetuoso en mi presencia
en señal de acatamiento,
he decidido ahora, por mi cuenta y riesgo,
construir el bello y poderoso
Soberano de mis Sueños.
Pero antes
navegaré desnudo sobre un haz de juncos,
utilizando como remos las manos y los pies,
en los lagos y ríos de la Tierra.
Ensayaré pellejos de cerdo y buey
cosidos y calafateados, inflándolos
como flotadores para atravesar las corrientes.
Impulsaré luego mi armadía con pértiga y canalete
hasta que pueda perfeccionar una balsa de papiro
o un consistente y rústico catamarán.
Mejor todavía, una balsa de bambú liviana y larga.
Si trabajo con ahínco
talvez construya piraguas monoxilas
propias para más grandes y lejanas aventuras.
Mi mujer, mis hijos y mis nietos
me ayudarán a mover embarcaciones mayores.
Decoraré mi bote con figuras de animales
y pondré un timón en forma de espadilla
sobre el costado derecho y hacia popa,
para seguir el rumbo deseado
y no el que marque el capricho de las aguas.
Sobre la proa ensartaré una cabeza de toro
con el fin de cornear a los espíritus malignos
que nunca han de faltar en toda travesía.
En las costas fenicias
buscaré cedros de primera calidad
para hacerme un navío más potente,
con cuadernas, baos y cubierta.
Le añadiré un sólido bauprés y un espolón,
quilla y remos en filas superpuestas.
Así podré atacar a quien me ataque,
y a quien no lo haga, atacaré
con la seguridad de una victoria rotunda.
Pondré, además del espolón, un tajamar,
una tercera fila de remos y una lona
como hace poco vi en otras galeras
que audazmente se engolfaron en mi océano.
Ahora mi carraca
tiene balconada saliente sobre popa
y paso a paso la convierto en galeón,
con tienda para el capitán,
caseta para otros miembros importantes,
galería de proa, escotillas y serviolas,
mayor con brioles y apagavelas,
gavias, amantillos y lona de artimón.
Es hora de reforzar, para ceñir el viento,
con una o varias velas latinas y más palos.
Que no haya mar o puerto donde no pueda llegar.
Quiero también bulárcamas
que ayuden a las amuradas,
vergas, cofas, alcázar y cañones,
muchos metros de eslora y una manga más ancha,
con una superficie vélica que incluya trinquetes,
bonetas, mesana, cebadera y otros trapos
que al cabo de los siglos tendré que adicionar.
Diseñaré un velamen más amplio y más hermoso
que el ordenado por Carlos I de Inglaterra y de Escocia.
No habrá quién me dispute el dominio del océano...
Despierto ya del sueño vano y fútil,
no quiero ni acordarme de un Káiser Barbarossa.
No deseo el Yamato, ni el Vanguard, ni el Long Beach,
y menos, aunque hermoso, el fuerte Richelieu.
Que vuelen en pedazos gigantescos portaviones,
submarinos nucleares, torpederos, destructores,
rompehielos, balleneros,
pues ninguno de estos cascos perdidos en los mares
remedian el asunto,
porque son cuerpos sin sangre portadores de muerte.
Sólo un pequeño tronco con una vela inmensa
es lo que necesito.
Y que diga en el casco único de madera:
Aquello que rige los vientos,
las mareas, los astros y el vacío,
impulse, oh Verano, tu piragua
por el espacio cósmico.