Me he enamorado de la rosa más roja que hay en el jardín,
no sé si proviene del paraíso, o el paraíso proviene de ella,
no sé si el sol la ilumina, o ella ilumina al sol.
Acepté la felicidad de cuidarla, y también el dolor de amarla;
limpio su tallo y me clavo sus espinas,
y la amo tanto, que en vez de aullar de dolor
gimo de placer.
Algunas veces pellizcos sus pétalos sin querer,
pero me duele más a mí que a ella misma, aunque nunca lo demuestre.
Pongo mi mano para cubrirla de los malos bichos,
y pongo mi espalda para cubrirla del insoportable sol.
A veces exalto por una espina muy profunda,
y la sangre corre desde mi muñeca al corazón
pero aunque duela, amo que me haga sentir dolor.
Muchos dirán que es malo lo que hago,
pero no entienden, que si quiero su aroma, también debo aceptar su dolor.