Verano Brisas

EL REGRESO

¿En qué olvidada región de mi cerebro

surge como un sueño el recuerdo de mis viajes?

Encontrar de nuevo el puerto abandonado

donde viven aún, hambrientos y sin techo,

los viejos marinos que me acompañaron

en las ya lejanas travesías de mi juventud,

es un caso de típica nostalgia

a la que estamos debidamente acostumbrados

quienes realizamos pecho a pecho las hazañas

en lugar de imaginarlas.

 

En barcos muy singulares nos entrábamos

por los insólitos archipiélagos del mundo

en busca de leyendas y otras piezas deseadas,

simulando sabuesos de ultratumba,

entre rocas, huracanes y tornados.

 

Muchos compañeros,

en persecución de naves rebeldes o enemigas,

se batieron como fieras antes de morir partidos

por las brillantes mandíbulas del rayo

y las no menos afiladas de los tiburones.

 

Los que lograron sobrevivir conmigo

aprovecharon la mar precisa de los equinoccios

para cabalgar sobre troncos y delfines

como lo harían en tierra sobre las mujeres,

que, sin muchas ilusiones, pensativas,

esperaban en el muelle su tácito regreso.

 

Detrás de las líquidas montañas,

en tardes ondulantes,

el Sol se agachaba en el poniente

como viejo lobo de fauces incendiadas,

hasta que aparecía sonriendo como un efebo

en un horizonte contrario del que había dejado.

 

Así, por días y por noches, por meses y por años,

hice correr mi vida sobre el rumor del agua.

Pirata por vocación y por encanto fui, y soy;

también humilde pescador, sensible como un niño,

embrujado por sirenas y caballitos de mar.

 

Esta bravura epidérmica que ahora exhibo,

con la que no pudieron las olas,

los vientos ni la crueldad de los dioses,

se deshace irremisible frente a una lágrima tuya,

siempre que sea sincera,

tranquila o agitada como el inmenso mar.