Sueño con su talle perfecto y su fruto delicioso
mientras viajo embebido por remotos mares.
La noche constelada,
con sus ojos sobre el espejo del agua,
abre sus fauces tibias como una orca inmensa.
Aquí sobre las olas, marino desterrado,
con mis velas al pairo, sin ancla y sin timón,
deliro aprisionando sus labios infinitos.
Lúbrico y feroz,
mi cuerpo enrojecido por la fiebre
es un fuego inextinguible sobre el dorso
de sus islas atezadas.
Mi nave fantasma, mi deriva incierta
son una sombra apenas
de intrincado enjambre y de pasión ilímite.
Ella en la noche, lejana y desprendida
como un gorjeo simple, sonoro y juvenil.
Mi carne licenciosa pensando en sus parajes
recónditos y cálidos, con suavidad de seda,
es un mástil de cofas extraviadas
en medio del océano abisal y nocturno.
Locuras insalvables de un viejo marinero
que sabe su llegada, más tarde o más temprano,
hasta la rada oscura de flores al socaire.