Me lo has oído mil veces,
aborrezco los hombres que
hablan como libros, y amo
los libros que hablan como
hombres.
Miguel de Unamuno.
Hago por pasar por allí.
Tengo ganas de verme...
Extensas pistas de cemento rodean
el cuerpo central, el aulario.
Mi hora coincide con la suya, recreo.
Enrejado que fragmenta mi recuerdo
sin llegar a tapar mis ávidos ojos.
Día gris que no desdeña la pelota.
Corren sin importar el agua que se
cuela entre la lona de sus botines.
Dos equipos, dos porterías, treinta
minutos que se apresuran en terminar.
Parado, detrás de los barrotes que
apenas me opacan a sus vistas, me
sumo en aquellos años.
Por arte de la magia, la sugestión me lleva
a observarme en el mejor de ellos, el que
serpentea entre las piernas contrarias, el
que dispara más fuerte, más certero.
Así era yo, en aquellos años...
Después de acaso cinco minutos retiro el
velo que me transporta.
Despierto, retomo la senda que me condujo
a mi colegio, a esas mañanas perdidas.
Arranco a andar...
¿Dónde estaban mis pensamientos?
Como un decíamos ayer de Fray Luis de León
vuelvo al guión.