Y cuando llegó el alba aún somnolienta,
el sol no dormía.
Se había olvidado su sueño
al lado de una luna mecida.
Al lado de una luna juguetona,
brillante y activa.
Allí, junto a ella,
quedó prendada la aurora.
Una aurora perpetua
que sin fuerza, ya no se oponía.
Por eso, llegada el alba,
el sol aún no dormía.
Soñar con la luna aunque su tiempo se cruza.
Es su deseo solemne.
Morir quiso con todas sus fuerzas.
Cerró los ojos,
contó decenas.
Pero llegó el alba
y el sol
aún no sueña.