¡Señor!, veo tu inmensa grandeza,
sembrada entre miles de razones,
que van en contra de tentaciones,
que desbocan mi propia torpeza.
¡Señor!, mi corazón con firmeza
busca encontrarte en adoraciones;
mis andares con claudicaciones,
se vuelven como tristes flaquezas.
¡Señor!, te siento un poco lejano
en momentos de tantos rencores,
y otras veces, más y más cercano.
Si el perdón ampara, sin dolores,
con arrepentimiento de hermano,
Dios en mí, somos predicadores.