En realidad
el amor
es una consecuencia
de lo absurdo.
Entiendo que cuando los ojos claman
el candor, la fogata, la luz en la retina.
La ausencia se vuelve un soponcio,
todo es tirano,
el viento se vuelve pesado
las puertas se cierran,
desaparecen de la vista,
y todo esto pasa en un instante
inundado de espesa niebla,
y todo eso pasa y es como si pasara todo,
un nacimiento tras otro.
He visto tantas noches pasar,
con tu mirada subliminal,
he visto esos ojos con los que me enfrento,
vez tras vez sobre oníricos episodios,
andariegos en la fantasía soberana
de mi país de sonrisa modesta:
Pierdo cada batalla;
cerberos tus ojos y tu boca/ incontenible/
mi disidencia/ amapola lejana de Saturno,
flor y fruto de la vida en la muerte/ hecatombe/
irreversible/ cadencia de tu corazón
motor de la máquinas de los sentidos/
máquinas de Gaya/ comezón indomable
al lado del pulmón.
Y aquí estamos.
Las maletas de mi huésped.
La humedad de una lluvia
secuestrada por una lagrima.
Las notas que cayeron del cielo
en una guitarra eterna.
Las aves rumbo al sol
que regresaron hacia tu rostro,
o esas aves que opinan
con un graznido de seguridad.
(A veces me les uno).
Aquí estamos,
comentando sobre lo absurdo
lo burdo
lo inframundo,
lo vagabundo.
Comentando entre rosas
nacidas en la nada.
Agarrándonos del pellejo,
y regurgitándonos los unos a los otros.
Qué importa que sea:
en lo absurdo,
en la locura,
en el aturdimiento,
en una almohada roída.
Importan poco las razones
y ese absurdo,
cuando al cuerpo ya no lo hallas,
y tu esqueleto sostiene
esa llama
que crepita,
que recita
su nombre,
sobre la fogata de tu alma,
sobre la noche infinita
y sobre los cielos sellados
con su aroma.
En realidad
lo absurdo
es una consecuencia
del amor.