Ese paisaje movedizo
castigado por los vientos,
las lluvias, el sol y los seísmos,
que surge y sobrecoge en la cresta de sus olas.
Ese mito indestructible de larga ancianidad
e inestable arquitectura,
no tendrá tesoros ni leyendas sumergidas.
Las fauces de su líquida anatomía
que se tragaron barcos, hombres y ciudades,
cesarán pronto la orgía de centurias y milenios.
Pero no es suya la culpa:
Las constantes depredaciones humanas,
practicadas sin control durante siglos,
le inclinaron su bulimia por las cosas de la tierra
hasta el límite mortal de una gula solitaria.
Sus costas y altamares, expuestas al pillaje
por la caterva intonsa de vesánicos piratas,
serán mañana escombros de ruinas gigantescas;
no habrá siquiera sitio para escribir un verso.
Las galeras trirremes, los rápidos veleros,
los buques nucleares y rompehielos atómicos
vagarán por rutas áridas, agónicas y espesas,
en busca de islas muertas, tristes y abandonadas.
Y todos los marinos
amantes de un paisaje que fue azul,
nos hallaremos solos hundiendo nuestras manos
en la colada inmunda de un mar que ya no es mar.