Como una tormenta de verano,
iluminando por unos momentos
la oscura noche;
luciste para mí en un relámpago de vida,
y después desapareciste…
Mas, no te fuiste como tronera
con sordos gruñidos;
sino como brisa marina,
silenciosa y callada.
Te fuiste como tormenta de verano,
sin lágrimas, sin adioses,
sin palabras, sin sollozos;
abandonándome a mi suerte
de humilde labrador.
Te fuiste;
y yo me quedé, como antes de la tormenta,
viendo surgir el sol y las nubes,
y los gorriones y las golondrinas,
y las flores y los frutos…
Fuiste un soplo
que se perderá en la inmensidad del aire.
¡Lástima!
Ya no habrá más tormentas de verano ¡no!
yo las evitaré encerrado en mi caparazón;
no habrá más tormentas, no,
y esperaré que el frío invierno
traiga la lluvia, día tras día,
que me oculte el sol,
que nos inunde la luna
y que escriba en las calles,
con gruesas gotas,
alguna que otra alegría…