Los días pasaban y recostado en mi cama solo podía esperar a que la muerte pasase a buscarme.
Me sentía vacío y lleno de dudas, creyendo que ella iba a alternar esos paradigmas., tomando pastillas para sanar mi alma rota, para curar las cicatrices de mi cuerpo y mantener mi corazón frio y duro. Emborrachándome por las noches para encontrar y poder entrever, cuando las fuerzas de la ciudad me dejan inmóvil en el banco de una plaza, a la muerte con sus bellos dedos que me acarician y me dicen, “Ahora no”.
Ay muerte, que besaste incontables labios, que te llevaste naciones enteras y marchitaste todas mis flores. ¿Por qué te llevas a esos necios que no te adoran y me dejas a mí, a tu poeta frustrado?
Porque sé que te vi ese día que mi corazón estuvo detenido para ser conectado a una máquina, y no quiero ser uno más de los que se vuelven polvo junto a la tierra.
Así que te pido, locamente desesperado, que me dejes encontrar tus brazos y sentir el frio de tus labios, para unirme a ti, como otros, malditamente afortunados.