Desahogo #1.
Es difícil comenzar, pero es más difícil el hecho de no poder concluir los hechos. Estoy agotado, cansado, desengañado, desorientado, arañando los últimos cánticos melódicos de los pájaros porque hasta ellos me han traicionado. Las miradas fluyen, pero yo no las miro. El amor habita, pero yo transeúnte. Siempre fui un transeúnte por lo que llaman “realidad”. Cada día que me levanto y camino en las calles, por entremedio de toda esa colosal masa de multitudes, siento que no pertenezco al mundo. No es que no encaje, no es que me sienta incomodo, es que siento que siento mucho más de los que siento. Creí en algún momento de lo que a la gente normal le gusta llamar “vida” que tú eras lo que siempre quise que fueras. Creí que yo era el dueño y progenitor de tus palpitaciones, creí que yo era el fundador de tus sonrisas y el coleccionista continuo de tus madrugadas, pero, tristemente y brutalmente, la realidad me ha tirado puñados y puñados de más realidades, la realidad me muerde los pensamientos y deja que la eternidad se nos escape de las manos. La eternidad no sabe lo que es ser eterno, porque yo me aferré a una eternidad que en verdad nunca fue un verdadero infinito. Y son estas mismas realidades ( o eternidades) las que me hacen divagar (y naufragar) por cada vez más indecisiones. Y es el hecho de saber que nuestros hechos son hechos que no se acaban, lo que me motiva a pensar que cada uno fue hecho para el otro.