Yo, capricho del monte nevado, te cubriré el pelo de flores y primavera,
alzaré tu sonrisa hasta la copa más alta y allí dejaré que florezca.
Sacaré el ajuar polvoriento a la calle para sacudir su recuerdo de hastío,
regaré las plantas del balcón con agua de mayo y lágrimas de ruiseñor;
y no serán aquellas lágrimas, serán estas,
y no será la tristeza el motivo, será el roce de los cuerpos la tierra que haga temblar.
Yo, capricho de vergel peninsular, morena de ojos tierra;
miraré de lejos como crece tu alma, matando así tus miedos y penas.
Seré la cueva del ermitaño si viene a buscarnos la tormenta,
seré los vientos de quien vuela lejos para encontrarse,
seré justo y seré nada,
pues nunca buscaré oprimir tus alas.
Yo, capricho ya desvanecido, yo querré ser la música entrando por tu ventana,
la Luna vigilante que da brillo a las pestañas inmóviles.
Buscaré la noche estrellada con besos de miel, los ríos deslizándose por la piel;
y al final de todo, un susurro nos dejará pétalos de rosa en el pecho,
por si decidimos querernos, aunque no sepamos ni cómo, ni dónde...
ni cuándo; pero yo, morena tuya, seré y seguiré siendo bálsamo de alivio.