Nos encontrábamos mis amigos pastores y yo jugando mientras cuidábamos del rebaño, cuando de repente se apareció ante nosotros un hombre con vestiduras tan resplandecientes, que lograron deslumbrarnos al punto de sentirnos cara a cara al sol.
El hombre nos saludó con un saludo extraño, algo especial y acto seguido, nos anunció el nacimiento de un rey que habí acontecido fuera del pueblo, instándonos a conocerlo y para ello, deberíamos salir desde ya, pues el lugar se encontraba lejos y oculto entre las montañas; también indicó que debíamos dejarnos guiar por el lucero más grande y brillante de la noche; ¿fue raro no? ¿dejarnos guiar por un lucero?...
Nos vimos todos a la cara que reflejaba total asombro al igual que la noticia, que no nos dimos cuenta en qué momento desapareció el hombre aquél. Mis amigos y yo,nos dispusimos a considerar qué le llevaríamos, pues si se trataba de un rey, habría que llevarle algún regalo y no cualquier regalo; yo francamente no poseía nada con gran valor, había quedado huérfano muy pequeño, sin más familiar quien me acogiera, por lo que mi vida había transcurrido de hogar en hogar del que fuera mi patrón; pues sin ninguna enseñanza, lo único que podía hacer para sobrevivir, era cuidar rebañosy eso me gustaba mucho, porque me mantenía siempre ocupado y acompañado de los otros pastores que eran mis amigo y compañeros de travesuras.
Juan el mayor de todos dijo que llevaría su alforja llena con queso y miel, Felipe llevaría los higos más dulces de su huerto y así, uno a uno fue diciendo lo que llevaría; yo me quedé pensativo y triste, pues las ovejas, a pesar de cuidarlas con amor, no me pertenecían; en realidad, tampoco podía ofrecer ni una pieza de mi indumentaria, ésta estaba tan raída que parecían verdaderos harapos los que le colgaban.
El pesar me invadió,pues sin nada qué ofrecerle, cómo podría presentarme ante él? de pronto, como siempre lo hacía cuando me sentía acongojado o solo, tomé aquella vasija vieja a la que le había puesto un trozo de piel de cabra como tapa y me dispuse a golpearla con dos varillas imaginando que salían sonidos bonitos que me ayudaban a a olvidar mis tristezas; fue en ese momento cuando uno de ellos me dijo: -y por qué no llevas tu \"tambor\" para tocarle? tal vez eso le agrade (ellos siempre me hacían burla de lo ridículo que se veía aquello que para mí, era mi más preciado tesoro.
Entusiasmado con la idea y ya que anhelaba tanto conocer al monarca, comencé a dar saltos de alegría y tomando mi deshilada manta y mi cayado, fuí corriendo tras ellos siguiendo ese gran lucero. por fin llegamos al lugar según las indicaciones; nos detuvimos y pensé que era imposible que un rey naciera en un lugar de éstos... al entrar, vimos que ahí se encontraba un señor de gesto amable y una hermosa jovencita con un bebé en brazos, me acerqué a contemplarlo y observé en su mirada la quietud de las aguas; escuché en su balbuceo, la sinfonía más hermosa; pareciera que su rostro reflejara al universo entero.
Me estremecí todo y arrodillándome ante Él, intenté tocar lo que para mí era un tambor, logrando desprender de esa carita llena de luz, la más sublime sonrisa jamás imaginada; Él extendió sus manitas pata tocar las mías, sin yo saber que desde ese instante, con ese humilde e inocente gesto plagado de infinito amor, logró unir el cielo con la tierra.
Fin.