Padre eterno,
que tu aliento de huracán
amor y justicia
disperse la hojarasca
del odio y rencor,
dando paso a frescos
y blanco-dulces retoños,
de donde brote
robusto y fecundo
el vuelo de la paz
concluyente del sombrío invierno,
proclamando novísimas primaveras
clariamorosas para todos
y por igual.