No era la primera vez que la idea se cruzaba en mi cabeza, la noche era perfecta, el silencio de la ciudad dormida permitía oír claramente el sonido de su respiración y si me acercaba lo suficiente hasta el latido de su corazón, la tenue luz de la habitación dibujaba entre sombras la silueta de su cuerpo tendido sobre la cama, hice a un lado mis pudores, extendí mi mano, cogí papel y lápiz y la toqué como jamás nadie lo había hecho, una atrevida caricia a su cerebro... le escribí un poema…