Vas.
Vas,
vas.
Viento, agua,
fuego, tierra,
MUJER.
Vas,
vas
y vas.
Epicentro de cataclismos,
de amapolas quemándose
en la orilla
de los milagros,
de los cisnes impertinentes
en lagos siderales:
lagos de pupilas, de cintura
que levita a medianoche,
que se roba el sueño,
lo arranca
con el colmillo que resplandece,
ocaso, muerte hermosa,
muerte que renace,
que perdona.
Muerte que no es muerte,
sino figuración del silencio
de tu ausencia cicatriz.
Vas.
Vas,
y vuelves.
Textura onírica,
transporte de los nervios.
Te encontramos sola
en un pasillo de la luna:
fría,
melancólica,
rotunda en tu orbita,
en tu misterio solemne
de ojos imposibles.
Te encontramos sola
en un pasillo de la locura:
en llamas,
risueña,
en tu lectura
de las estrellas
que se desvanecen a tu paso.
Vas.
Vas.
Vas…
Grabando con tu mano,
dando forma con tus dedos
esa pasión inaudita,
ese candor naciente
entre las ásperas cortinas
de cada casa solitaria.
Y mi mano.
Te graba en el firmamento,
rostro mágico,
en tu mejilla mi mano
se surcaría como un océano
se perdería como una caricia,
buscaría convertirse en una isla.
Cercana de tus ojos, otra vez,
hasta agotarse las descripciones del poeta.
Y en silencio
habría de hablarte con silencio,
de los cuerpos,
de las almas, de los sentidos,
de los amantes y los enamorados,
y de los que desean.
Vas,
vas,
y voy.
Yo.
El lagarto de estos desiertos
apodados: “Días meses y años”.
Con esta piel que ha nacido,
sobre las pieles de amores enterrados,
con estas escamas etéreas,
metafísicas y murmullo de patria.
Vas,
vas,
vienes.
Devienes,
te conviertes,
me conviertes,
y sucedes
en el mundo estremecido
por tu semblante.
Sucedes y sucedo
y sucede el mundo
y sucedes al mundo,
y el mundo se agota,
pero tú, jamás.
Vas,
vas,
y vas
y luego voy yo,
y luego no sé a dónde vamos.