Estaba parado en una estación,
que ni si quiera llegaba a conocer.
Los trenes no se dirigían por vías,
si no, que volaban entre nubes.
Estaba vacía, no había nadie,
y tras caminar durante un largo rato,
me encontré un pequeño pajarito.
Era sorprendente, pues hablar podía,
así que, le pregunté a dónde viajaba.
Me dijo que su destino era el espacio,
volar entre estrellas, sobre la luna.
Volaba sobre la realidad, en sueños.
Confundido, me di la vuelta,
pero éste me paró, y me dijo que tenía un billete.
Sin pensarlo, me subí al ferrocarril.
Miraba por sus grandes ventanas,
y veía como se alejaba de la población.
Anunciaban el destino final, la galaxia,
entonces entendí, que me alejaba de todo.
Mi corazón solo sentía un gran alivio,
la incertidumbre, se despejó entre suspiros
de tranquilidad. Sabía que iba a desaparecer,
que iba a viajar a paisajes desconocidos,
y entre sonrisas, el tren se alejaba del mundo.
Sonó mi despertador, y descubrí que estaba soñando,
y mi pequeño corazón, por un largo rato se congeló.
Tardé en asumir, que debía respirar un aire sucio,
y la desesperación se extendió por cada rincón,
por la sensación de tener que seguir viviendo la realidad.
Pero lo cierto, es que mi alma nunca volvió,
después de ese precioso viaje hacia los astros.