Me conociste cuando estaba bajo cero
y con el otoño ya impregnado
en la cara, en el pelo y en la piel,
en compañía de una soledad viciosa,
que ¿no sé por qué?, se ha vuelto adicta a mí
y se resiste a la abstinencia de mis huesos,
con la tenaz viscosidad de las jaleas.
Me conociste envuelto en los temores
más adolescentes que pudiera sufrir a los cincuenta,
escoltado por los perversos monstruos
de una infancia feliz y mal curada,
estrujada entre las garras del recuerdo
y condimentada con miles de nostalgias
ciertas, adquiridas o inventadas…
Me conociste en medio de algo,
que no era nada, no era luz ni oscuridad,
solo una carencia total de colorido,
no era alegría ni era tristeza,
solo una endemoniada falta de interés,
no era depresión, no era amor ni desamor,
creo que era tan solo tu ausencia.
Y sin que supiéramos ¿por qué?
tu belleza y tu alegría bajaron ese abismo,
rescataron mis despojos y tapiaron los pozos
de mi desconsuelo y de mi falta de esperanza,
de pronto ya todo fue luz y claridad y tus miles de colores,
de pronto ya todo fue alegría y empeño y tus sonoras carcajadas,
de pronto ya todo fueron canciones y poemas de amor con tus palabras…
Mis temores ya caducos los has madurado
en el fermento de tu vida y tus historias,
ahora adultos ya solo temen por tu falta de emoción,
me has hecho bailar con cualquier monstruo
y escoltaste mi nostalgia hasta su sitio,
anidándola con los más bellos recuerdos
y marinándola con la efervescencia de tus risas.
Te debo tanto que la escala no me alcanza
para ir midiendo el contrapeso que necesito en la balanza
y mi escasa matemática no da con la ecuación
que logre calcular de qué manera te lo podría compensar,
por todo esto no podría mal juzgarte
por mirar hacia otro lado
cuando yo te busco enamorado…