Con cuatro fustes sosteniendo su velamen
y una eslora superior a los cien metros,
este bello mastín de los océanos
no logró mantener la compostura,
pese a la orden terminante
que rugió su capitán desde el castillo:
¡A degüello las velas, de inmediato!
Pero no eran ya las lonas sólo lonas
sino globos hinchados, gigantescos,
y el velero, escorando hacia babor,
no alcanzó a superar aquel apuro
como en otras ocasiones peligrosas.
Con tazas de café y zumo de frutas,
con botellas de whisky y cigarrillos
ofrecidos por el parco cocinero,
fueron siendo atendidos los marinos,
hasta ver la enloquecida cafetera
rodando por cubierta y dando tumbos
mientras iba a perderse entre la espuma.
En mitad de los trapos desgarrados
se incrustaron las olas y los vientos,
llevándose al Pamir como rehén
con ochenta tripulantes hacia el fondo.
Sólo seis alcanzaron a salvarse
por la ayuda oportuna de unos barcos
y la búsqueda tenaz de la aviación.