La miré por el prado caminando
impregnada de aromas de genciana,
y las rosas quedaban observando
la ternura en su faz de porcelana.
En la fronda palomas escondidas
escuchaban su voz embelesadas,
comparaban sus notas tan sentidas
con el fresco rumor de las cascadas.
Margaritas de pétalos rosados
daban luz a su imagen casi etérea,
y quedaban los nardos extasiados
con su estela de estirpe tan sidérea.
Un concierto brindaron los canarios
al mirarla pasar tan esplendente,
y sonaron alegres campanarios
de petunias de estambre reluciente.
Un despliegue de rayos luminosos
el ambiente preñaron de belleza,
y se oyeron arpegios amorosos
que cantaba la gran Naturaleza.
Entre el bosque, los pájaros y flores,
le ofrecieron su magna reverencia,
y brindaron cubiertos de fulgores
por su bella y celeste incandescencia.
Autor: Aníbal Rodríguez.