Cuando mis ojos hablaron, gritaron que estaban cansados de la remembranza
por rumiar en los lejanos tiempos de noviazgo que extraño
no le hice caso a esos ojos defectuosos, y seguí llorando su recuerdo.
Es así, con el calor de siete meses sobre la memoria y el frío de la noche sobre la cara
que me nació escribir mi primer poema de amor o quizás una loa funesta
y me salió una historia de tragedia y pasión, más tragedia que nada.
Una vez, en el olvidado y suave sofá de las películas a medias
con el sentir de arrumacos en su cabello, con olor a premonición placentera
con un beso de esos que duran dos manos, pone su frente en la mía y me pide describirme.
Procuré una metáfora para su hermosa cara, morena y atenta a la mía, y le recité:
¿alguna vez, en los bellos y tibios días de mayo, te has encontrado cansada contigo misma, llegas a casa con el deseo único de cortejar el sueño en la suavidad de tus sábanas de seda, con el amor que solamente tu cama puede entregarte, y yaces tranquila, con tus pechos libres en mi camisa, adormilada, a punto de besar el sueño y entregarte en cuerpo y alma a él?
Asienten ella y su sudor, provocados por el calor de los besos que nos dábamos en cada coma.
Sabiendo que conoce el sentimiento, mi recital continúa, por mis palabras y por su cuerpo.
Me describiré entonces:
soy ese que posa con esmero en tu frente
el que susurra poemas de un sonido a tu oído
el que ve tus ojos entregarse al negro vacío desde tu nariz
el que se pierde en el dédalo de tu hermoso cabello
el que vaga borracho entre techo y pared tentando ser víctima
el motivo de tu enojo, el que te hizo despertar y salir de la cama
el odiado y maldecido, el más olvidado en las hebras de la escoba que me entregó muerte.
Le parece gracioso, creyó que era mentira.
Con sus carcajadas disfrutamos de aquel sofá
y del sonido de una película que nunca vimos
y del bello momento en el cual nos perdimos entre los cojines y nuestra ropa.
Mi cigarro para después fueron las lágrimas de la verdad
que ella recogió una por una, con esmero, o con lástima, no sé, mientras decía:
amor mío, qué vida sin emoción aquella en la cual
no se tiene una experiencia
con un abejón de mayo.