Pasó hace algún tiempo,
buscando entre amigos,
ella dictó su figura,
su silueta.
De tan solo hablar,
pasé a maravillarme
ante esa pálida flor de invierno,
de la que surgían torrentes de notas.
Sus manos lo poseían al minino,
animalito de gónadas grandes,
noble y seguro,
me ayudó a entablar el deseo.
Revuelta mi ironía y mi razón,
comencé a imaginar
a tan dulce rosa plateada
en mi jardín oscuro y macizo.
Sus dedos maniobraron algo fuerte,
algo parisino que llegó a mis labios,
tan encantadora flor trigueña
era la dueña de ese universo.
Luego entre duendes y demonios,
entre cantares y llantos,
esa rosa furiosa llenó mis ojos,
jugué entre cervezas y reí entre cosquillas...
Mi niño que todo lo quiere
no supo discernir de realidades
tan solo boicotear al corazón,
trazando sus telarañas de engaños.
Ella se alzaba tan oscura y rozagante,
fibrosa fértil hermosa divina,
placeres convidaba con su andar de bailarina
y fusiones prometía con sus ojos de fantasía.
Mis nubes despejaron
esos pétalos de maravilla,
esa almohada de color tersuave,
su plenitud y caricia
mi corazón rogaba por que fueran mías.
De a poco trate de corregirme,
clamar al hombre fundado en respeto,
hurgue entre extraños
y quede de último.
Atendí a que la extraña flor
ya cedía, ya no mordía,
me encargué de cumplir con las tareas
y tomé con ella cuanto elíxir matutino hubo.
Contempló mis maravillas ante mis ojos de torta,
que hacían de cuenta que acompañaban los suyos
cuando en realidad solo podía dibujarla con ellos,
una y otra vez hasta el cansancio.
Dibujarla con lápiz de tinta,
primero su contorno sin los detalles,
saborear esas curvas de caramelo,
esa postura de melocotón.
Dibujarla en formas nunca dichas,
dejando de imaginar
para así divagar, vislumbrar,
soñar de una vez por todas.
Ante la promesa del dormir,
me retiré vacío y en orden,
satisfecho de haber conocido
a esa hermosa orquídea del plata...