Mi ciudad es horizontal. Su verticalidad reside en las montañas que la rodean, a las que necesitamos ver entre las calles irregulares, para saber por dónde sopla el viento, de dónde vienen las nubes, por dónde se oculta el sol o detrás de qué loma está el mar.
Mi ciudad es amable, sin aspavientos y sin rascacielos excepto una torre de cristal, que se yergue, elegante y sublime, muy por encima de árboles centenarios,de tejados y azoteas ,en majestuoso ángulo recto , viril y sin aristas.
He descubierto la ciudad en mi tiempo nuevo. En este tiempo sin prisas que me ha regalado la vida, que cada día me enseña algo diferente, y, quizá porque mi visión del mundo tenga otra perspectiva o porque las dimensiones se hayan relativizado, he conseguido ver en ella algo , que hasta ahora me resultaba impensable.
He visto color… Y he visto luz.
En este otoño tan benévolo el cielo parece pintado de lo intensamente azul que está. Los sesgados rayos del sol inciden sobre las superficies acristaladas o metálicas y todo se vuelve dorado. Todo. Los parques, las casas, las calles….
Y mis ojos lo ven con su mirada nueva, con la mirada del instante único e irrepetible, para que ese cromatismo desvelado, caliente la memoria entumecida de los años antiguos, cuando coexistían el pasado y el futuro en mala convivencia con el presente.
Al fin he descubierto que en mi ciudad horizontal y amable existe la vida en las mañanas.