Llegó la tarde y me arrastre hasta unos amargos, tan amargos como yo y se quedaron rebotando en mis manos sin parar, por qué su fin conciliador no llego a puerto y me quede sola, llenando una y otra vez su cuerpecito tibio, se llenaba mi mate y se llenaban mis ojos como si se tratara de un par de fuentes, sin vaciarse en ninguna parte más que dentro mío una y otra vez. Recordé que siempre eras tú el cebador, tal vez porque eras tú el que siempre buscaba mi perdón y yo siempre acudía a tu encuentro y me calentaba la panza y el corazón, con cada sorbo y con cada vuelta olvidaba la razón. que simple y tonta mi alma que cae sin ofrecer la más mínima lucha y entre conversa y conversa y cambio de yerba, también cambiaba de parecer y te volvía a querer. Contigo nunca es fácil, cuando preparé el agua debí saber que no bastarían contigo un par de mates para que me vuelvas a querer.